martes, 30 de julio de 2019

Crónica 2 - Sebastián Chamorro


Rescate en el metrobus 2827
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Imagen tomada de elcomercio.com
La sirena suena. Es el aviso de que las puertas de la unidad están por cerrarse. Son las siete de la mañana y las filas para abordar el Metrobus llegan casi hasta la zona de desembarque, ubicada a unos veinte metros de la plataforma de embarque. La multitud de personas que se da cita en el Terminal de Transporte La Ofelia desde las 05:30, hora de su apertura, hasta las 22:00, hora de cierre, preferirían tomar otro sistema de transporte más seguro y cómodo, pero están consciente de que eso es pedir demasiado. En el año 2005, durante la alcaldía de Paco Moncayo, se inauguró el Corredor Central Norte, con una inversión, según datos de la entonces alcaldía, de $ 2,8 millones de dólares, con la intención de trasladar un aproximado de 200.000 pasajeros diarios, cifra que ha ido aumentando con la oferta de nuevas rutas de integrados y sobre todo con el incremento de la población dentro de la capital.
Jacky Vaca es una joven universitaria de 22 años que diariamente toma la línea C1 del Corredor Central Norte para llegar hasta la parada del Seminario Mayor, que para colmo se encuentra en mantenimiento por los trabajos del Metro de Quito, motivo que retrasa aún más su traslado desde la parroquia Calderón hasta la Universidad Politécnica Nacional. –Antes madrugaba más y podía ir sentada, pero como ya no tengo clases a las 07:00 sino a las 09:00, me toca lidiar con todo esto –dice. Jacky nunca va a olvidar la vez en que vio cómo el río de gente casi aplasta a una anciana que intentaba ingresar a una de las unidades del Metrobus. Había llegado atrasada a la parada y el integrado que la traslada a la Ofelia se pasó. Tuvo que esperar al siguiente y entonces su pesadilla comenzó. Al llegar al inicio de la fila, se dio cuenta de que una señora de avanzada edad se había colocado a un costado de ella. El Metrobus, de color amarillo, abrió sus puertas y todos se desesperaron por ingresar y poder ganar uno de los asientos con que contaba la unidad. –La pobre señora fue empujada con tal violencia que salió disparada hacia adentro y afortunadamente sólo se golpeó las piernas. A pesar de los gritos de algunas personas, que clamaban tranquilidad, nadie hizo nada por detenerse y ayudar a la señora –cuenta indignada.
La gente es así –sentencia Jacky –la verdad no le importa lo que le ocurra al resto de personas con tal de salir favorecida. Con esta opinión concuerda también Henry Narváez, quien trabaja en un call center ubicado en la avenida Naciones Unidas, y para trasladarse de su casa en el sector de Carcelén hasta este lugar, utiliza el servicio del Metrobus desde hace 6 años, cuando se graduó del colegio. –La verdad pasan los años y veo que el servicio sigue empeorando. Incluso las unidades mismo ya son más viejas y se dañan constantemente. Una vez se quedó dañada en pleno túnel llegando a La Mañosca y tuvimos que bajarnos y caminar todo eso para llegar a la siguiente parada –dice con un dejo de molestia.
Los minutos pasan y la fila se afloja un poco. Gerardo Flores, encargado de registrar la llegada y salida de las unidades de transporte integrado, cuenta que en ocasiones las personas se aglomeran porque no existe coordinación entre la llegada de los buses integrados y la salida de las unidades del Metrobus, motivo por el cual se puede ver que un Metro salga con apenas la mitad de su capacidad completa, y de inmediato se ve que en el siguiente es imposible poner un pie.
Jacky gana terreno en la fila de personas que se alista para la llegada de la siguiente unidad. Coloca su mochila en la parte de adelante, pues ha sufrido el hurto de su celular en dos ocasiones y no se perdonaría una tercera. –Aprovechan que hay mucha gente que se empuja y se sacan los celulares sin que te des cuenta. Mi papá dijo que no me compraría otro si me vuelve a pasar –cuenta. Mientras tanto, aprovecha para seguir leyendo su texto de cálculo, esperanzada en salir bien del examen que le toca rendir. Algún día espera que su ingeniería le permita comprarse un auto y dejar atrás los problemas con el transporte público. Como ella, miles de personas aspira a tener la oportunidad de comprar un vehículo nuevo o usado y ser parte de la otra parte del problema. –Así al menos iría sentada siempre –indica Jacky.
Entre las unidades estacionadas en las vías del terminal La Ofelia, se encuentra una muy vistosa de color verde bajo el sello “BYD”, que significa Build Your Dreams. Esta unidad funciona con energía eléctrica, y se encuentra bajo período de prueba desde el 7 de diciembre del año pasado. Forma parte del proyecto de cambio de flota propuesto por el Municipio para el uso de transporte público con energía limpia. A pesar de comprobar que la unidad es apta para el uso en la capital, la implementación del plan requiere de un trabajo conjunto entre el Municipio de Quito y el Consorcio Privado que maneja el Corredor Central Norte. Al respecto, Carlos Poveda, asesor del Consorcio, afirmó que la llegada de esta nueva flota de buses traerá beneficios económicos y ambientales para toda la población, incluso para los que no usan transporte público. Hasta el momento el proyecto no tiene una fecha definida de ejecución.
Jacky no es nada optimista al respecto. Lleva casi toda su vida utilizando este sistema de transporte y lo único que ha visto de nuevo es la rehabilitación de las paradas. Como ella, miles de personas llegan a este lugar en la hora pico, con la molestia reflejada en su rostro y la sensación de pesadumbre clavada en su andar. La sirena suena. La batalla ha comenzado. A lo lejos, veo que quizá hoy es su día de suerte. Arrima su cabeza en la ventana dispuesta a recuperar las horas de sueño que no tuvo por leer su texto de cálculo. Me pregunto si en su sueño viajará en transporte público o en su propio auto.   

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