Rescate en el metrobus
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Imagen tomada de elcomercio.com |
La sirena suena. Es el aviso de que las
puertas de la unidad están por cerrarse. Son las siete de la mañana y las filas
para abordar el Metrobus llegan casi hasta la zona de desembarque, ubicada a
unos veinte metros de la plataforma de embarque. La multitud de personas que se
da cita en el Terminal de Transporte La Ofelia desde las 05:30, hora de su
apertura, hasta las 22:00, hora de cierre, preferirían tomar otro sistema de
transporte más seguro y cómodo, pero están consciente de que eso es pedir
demasiado. En el año 2005, durante la alcaldía de Paco Moncayo, se inauguró el
Corredor Central Norte, con una inversión, según datos de la entonces alcaldía,
de $ 2,8 millones de dólares, con la intención de trasladar un aproximado de
200.000 pasajeros diarios, cifra que ha ido aumentando con la oferta de nuevas
rutas de integrados y sobre todo con el incremento de la población dentro de la
capital.
Jacky Vaca es una joven universitaria de
22 años que diariamente toma la línea C1 del Corredor Central Norte para llegar
hasta la parada del Seminario Mayor, que para colmo se encuentra en
mantenimiento por los trabajos del Metro de Quito, motivo que retrasa aún más
su traslado desde la parroquia Calderón hasta la Universidad Politécnica
Nacional. –Antes madrugaba más y podía ir sentada, pero como ya no tengo clases
a las 07:00 sino a las 09:00, me toca lidiar con todo esto –dice. Jacky nunca
va a olvidar la vez en que vio cómo el río de gente casi aplasta a una anciana
que intentaba ingresar a una de las unidades del Metrobus. Había llegado
atrasada a la parada y el integrado que la traslada a la Ofelia se pasó. Tuvo
que esperar al siguiente y entonces su pesadilla comenzó. Al llegar al inicio
de la fila, se dio cuenta de que una señora de avanzada edad se había colocado
a un costado de ella. El Metrobus, de color amarillo, abrió sus puertas y todos
se desesperaron por ingresar y poder ganar uno de los asientos con que contaba
la unidad. –La pobre señora fue empujada con tal violencia que salió disparada
hacia adentro y afortunadamente sólo se golpeó las piernas. A pesar de los
gritos de algunas personas, que clamaban tranquilidad, nadie hizo nada por
detenerse y ayudar a la señora –cuenta indignada.
La gente es así –sentencia Jacky –la
verdad no le importa lo que le ocurra al resto de personas con tal de salir
favorecida. Con esta opinión concuerda también Henry Narváez, quien trabaja en
un call center ubicado en la avenida Naciones Unidas, y para trasladarse de su
casa en el sector de Carcelén hasta este lugar, utiliza el servicio del
Metrobus desde hace 6 años, cuando se graduó del colegio. –La verdad pasan los
años y veo que el servicio sigue empeorando. Incluso las unidades mismo ya son
más viejas y se dañan constantemente. Una vez se quedó dañada en pleno túnel
llegando a La Mañosca y tuvimos que bajarnos y caminar todo eso para llegar a
la siguiente parada –dice con un dejo de molestia.
Los minutos pasan y la fila se afloja un
poco. Gerardo Flores, encargado de registrar la llegada y salida de las
unidades de transporte integrado, cuenta que en ocasiones las personas se
aglomeran porque no existe coordinación entre la llegada de los buses
integrados y la salida de las unidades del Metrobus, motivo por el cual se
puede ver que un Metro salga con apenas la mitad de su capacidad completa, y de
inmediato se ve que en el siguiente es imposible poner un pie.
Jacky gana terreno en la fila de
personas que se alista para la llegada de la siguiente unidad. Coloca su
mochila en la parte de adelante, pues ha sufrido el hurto de su celular en dos
ocasiones y no se perdonaría una tercera. –Aprovechan que hay mucha gente que
se empuja y se sacan los celulares sin que te des cuenta. Mi papá dijo que no
me compraría otro si me vuelve a pasar –cuenta. Mientras tanto, aprovecha para
seguir leyendo su texto de cálculo, esperanzada en salir bien del examen que le
toca rendir. Algún día espera que su ingeniería le permita comprarse un auto y
dejar atrás los problemas con el transporte público. Como ella, miles de
personas aspira a tener la oportunidad de comprar un vehículo nuevo o usado y
ser parte de la otra parte del problema. –Así al menos iría sentada siempre
–indica Jacky.
Entre las unidades estacionadas en las
vías del terminal La Ofelia, se encuentra una muy vistosa de color verde bajo
el sello “BYD”, que significa Build Your Dreams. Esta unidad funciona con
energía eléctrica, y se encuentra bajo período de prueba desde el 7 de diciembre
del año pasado. Forma parte del proyecto de cambio de flota propuesto por el
Municipio para el uso de transporte público con energía limpia. A pesar de
comprobar que la unidad es apta para el uso en la capital, la implementación
del plan requiere de un trabajo conjunto entre el Municipio de Quito y el
Consorcio Privado que maneja el Corredor Central Norte. Al respecto, Carlos
Poveda, asesor del Consorcio, afirmó que la llegada de esta nueva flota de
buses traerá beneficios económicos y ambientales para toda la población,
incluso para los que no usan transporte público. Hasta el momento el proyecto
no tiene una fecha definida de ejecución.
Jacky no es nada optimista al respecto.
Lleva casi toda su vida utilizando este sistema de transporte y lo único que ha
visto de nuevo es la rehabilitación de las paradas. Como ella, miles de
personas llegan a este lugar en la hora pico, con la molestia reflejada en su
rostro y la sensación de pesadumbre clavada en su andar. La sirena suena. La
batalla ha comenzado. A lo lejos, veo que quizá hoy es su día de suerte. Arrima
su cabeza en la ventana dispuesta a recuperar las horas de sueño que no tuvo
por leer su texto de cálculo. Me pregunto si en su sueño viajará en transporte
público o en su propio auto.
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