martes, 23 de julio de 2019

CRÓNICA/JENIFFER CHISAGUANO

Testimonio de una persona que estuvo inmersa en el mundo de las drogas
Durante once años y que tras una rehabilitación recuperó su vida
Usar, abusar, cruzar
Por Jeniffer Chisaguano
     Henry, un ex drogadicto de treinta años de edad, mediante una conversación, narra cómo empezó su vida en las drogas, cuál fue la manera con la que consiguió salir de ese camino y cómo ha sido su vida después de la rehabilitación.
     Conocí a Henry por medio mi hermano Andrés, ambos se conocieron en el año 2015, mientras entrenaban en la Academia de Muay Thay de artes marciales mixtas. Lo vi un lunes. Era un hombre alto, con cabello largo, fornido, ojos cafés (retrato del personaje). Granizaba terriblemente, con una temperatura de nueve grados que el frío se colaba por la debajo de la puerta. Henry mostró que era una persona con excelente sentido del humor, trabajadora y un ser humano muy educado. Él se convirtió en un buen amigo para mi hermano. Además, conversaban de los sucesos que vivían a diario. Una noche, Andrés comentó a mi familia lo que Henry le dijo: era soldador, padre soltero y fue drogadicto.
La puerta principal de mi casa se oxidó y tenía que ser reparada. Mis padres contrataron a Henry. Entonces, aproveché la ocasión para entrevistarlo. Henry me contó la historia de su vida en las drogas.
El INICIO
    Realicé la entrevista un día domingo, a las quince horas. Henry trajo consigo un estuche donde estaba un taco de billar.  Saludamos, almorzamos y fuimos a mi sala, un espacio amplio con cinco sillones grandes y una mesa de centro, donde comenzamos la entrevista sobre su vida.
─ ¿Cómo fue su infancia? ─ le pregunté.
─Bueno, en mi niñez pasaba siempre en la casa, aunque me gustaba bastante eso de las peleas, las fiestas, el relajo. De pequeño, solía llevarme con gente de mayor edad que mi persona. No tuve un ejemplo de muchos juegos, si no más de fiestas, de bares, cosas así. Ya de adolescente, pensaba en ser un tipo Pablo Escobar ecuatoriano. Siempre me gustaron las calles, no tuve un buen ejemplo de disciplina para que alguien me enseñara algo diferente. Jugué hasta los diez años. A los once o doce, más o menos, empecé a consumir drogas, pasando más con la gente de la calle, panas y en pandillas. Influyó en mí ser hijo único. No había quien me cuide, mientras mis padres trabajaban. Entonces, si quería salir a estar en la calle, lo hacía, y nadie me impedía.
     Mi vida en las drogas empezó a los once años de edad. Comencé con el alcohol. A los doce años pasé a la marihuana. Desde los trece en adelante consumía todo lo que se podía conseguir en drogas. Dejó de importarme mi familia, el colegio, los deberes. Las drogas se convirtieron en algo primordial. En mi vida no existía otra cosa. Tenía catorce años, cuando la droga se apoderó de mí. Una vez, robé para consumir. Estaba en las calles vagando. Mi meta principal era conseguir droga de cualquier forma y a toda costa, así que robar, manipular y chantajear era necesario para tener que consumir. (crónica narrativa)
EL COLEGIO AL DIABLO
─Henry─ ¿Terminó sus estudios? (diálogo)
─Terminé la escuela. Al colegio llegué hasta segundo curso. Pasaba con mis amigos que también consumían drogas. Si alguien decía “¡vamos a consumir!” Yo me iba y me fugaba del colegio. Mi adicción se volvió una obsesión. Durante los tres años siguientes me hice pandillero. No fui líder, pero sí pasaba con ellos, no siguiendo las órdenes de alguien más, porque a mí no me gustaba estar con gente a la que tenía que explicar mis acciones. Me resultaba ilógico que ni a mis padres les rendía cuentas, peor a gente ajena. Sin embargo, había gente que me seguía.
     Cuando tenía veinte años, me fui de la casa y me dediqué a estar solo en las calles, con las pandillas como Latín King, CTC, y otros grupos. En mi vida observé (cinco sentidos) varios asesinatos. Moría gente apuñada o disparada, incluso compañeros de pandilla. Llegué a tener un arma, para defenderme. Ya no tiene gatillo, pero aún la conservo.
EL VENENO
 ─ ¿Perdió a más amigos? (diálogo)
─Sí, en mi barrio todos los días alguien moría y a veces eran conocidos. Me dolió más cuando mi amigo, “Veneno”, como le llamábamos, se ahorcó. Él era para mí como un hermano. Si estábamos en la casa o jugando fútbol o consumiendo droga, siempre pasábamos juntos. Si yo iba a pelear, él estaba ahí para mí. Si me querían pegar, él les pegaba, me defendía y cuidaba. Era una persona de mi total confianza. Un excelente ser humano, y no lo digo porque haya muerto. Dejó dos niños en la orfandad, pero nunca les faltó alimento. Mientras yo hacía lo que se me daba la gana, él hacía lo que fuera por llevarles comida a sus hijos, por tenerles viviendo bien.
     Se suicidó, porque su esposa le fue infiel con uno de sus hermanos. En su casa era un hombre amoroso y respetuoso. Aunque tenía su lado negativo, era sumamente agresivo y temido en las calles. Era una persona súper alegre, que hoy me hace comprender que las personas que están demasiado alegres también son depresivas y que ocultan algo.
     Al no contar con mi amigo, traté de causarme una sobredosis, pero la resistencia de mi cuerpo fue tenaz. Nunca logré dar con la droga suficiente. Quince días después de la muerte de Veneno, me internaron. Me acuerdo de cosas de él, como que me decía que no me drogue, que me cuide, así vi en él uno de los pilares fundamentales para que ahora yo esté bien.
EN EL INTERNADO
─Henry, ─ ¿Cuál fue su experiencia más grata?
─ Fue mi internamiento, al tocar fondo. Decidí ya no depender de la droga. Se convirtió en un sacrifico enorme vencer la necesidad que tenía por consumir. Y siempre viviré agradecido a mis padres que me internaron para dejar de consumir drogas.
─ ¿Y recuerda cómo fue que llegó a la clínica?
─Me capturaron entre cuatro personas, porque estaba súper agresivo.  Recuerdo que tuve una pelea con un muchacho, que me quiso apuñalar. Los vecinos querían que me lleven preso. Mis padres hablaron (cinco sentidos) con el policía, quedando de acuerdo en que no me llevaban preso. A cambio de que ellos me internaran en una clínica para narcóticos anónimos.
     Quise dejar las drogas, pero no sabía a quién acudir para salir de esa pesadilla. Conocía   que existían clínicas, pero costaban mucho dinero. El adicto gasta el dinero en drogas, pero nunca en rehabilitación. En el centro de rehabilitación de Ibarra en donde estuve, me encerraron y no me permitían salir a ningún lado.
     Con mis amigos del acuartelamiento (la rehabilitación), me sigo llevando, pero de todos los que estábamos en el mismo problema, solo dos seguimos en recuperación. Porque la mayoría recae y vuelve a drogarse, internándose en nuevas clínicas.
ARELI VALENTINA
─ ¿De quién es el nombre que llevas tatuado en el brazo?
─Es de mi hija, Areli Valentina. (crónica interpretativa) Ella vive conmigo y soy como niño cuando estoy con ella. La relación que tengo con mi nena es súper fuerte. No podemos dejar de vernos mucho tiempo. Creo que, si no me ve continuamente, se pone triste.
     Mi hija es mimada pero también es muy obediente. Le he dado la confianza para que me cuente todo (cinco sentidos), hasta sus sueños más raros, de que quiere casarse con un cantante famoso. Yo trato de hacer lo que mis papas no hicieron conmigo, que ella tenga la confianza en contarme todo.
Y AHORA
─ ¿Daría un consejo?
─No puedo decir que no consuman drogas. Pero, si lo deciden hacer, deben asumir las consecuencias de llevar una vida vacía, sabiendo que cada día juegan con su existencia, de que se exponen a nunca vencer la adicción. No es fácil. Pocos somos los que aún seguimos en la batalla de la abstinencia.
─ ¿Le dejó secuelas las drogas?
─Mi memoria resultó muy afectada. Tuve que hacer ciertas actividades, no tratamientos, sino seguir consejos como dejar la televisión, empezar la lectura, salir a respirar aire puro, escuchar música, conversar con mis amigos y mantenerme ocupado.
     La lectura me ha ayudado mucho para recobrar la memoria, porque, por ejemplo, estoy haciendo algo, me voy a un lugar y después me olvido que estaba haciendo. También me causó una artrosis. Y mi cuerpo se volvió frágil, cuando, en una pelea, me rompieron el hueso de la pierna con una patada. Eso a nadie le pasa, y tuve que tomar calcio para sanarme. Además, cuando me enfermo, no puedo tomar pastillas ni recibir inyecciones. Actualmente, ya puedo tomarme una pastilla, pero yo prefiero no hacerlo, porque tengo miedo de recaer.
─ ¿Y a que se dedica actualmente?
─ Soy soldador. Ayudo a drogadictos a ingresar a las clínicas. Evitó a toda costa no ayudar si no me lo piden, por las malas experiencias que he tenido, porque un adicto es mal agradecido. El adicto solo recuerda lo malo, más no lo bueno.
     Entonces, eso es todo, ahora paso más tiempo con mis padres y mi hija, haciendo cosas que me gustan y trabajando.
POST SCRIPTUM
Después de pasar muchos días trascribiendo la entrevista, y dedicar otros tantos días a escribir la historia, por fin entendí lo duro que es para Henry llevar una vida en abstinencia. Porque, Henry fue un drogadicto. Él no sé arrepiente de su experiencia. Con   el paso del tiempo y la sabiduría que adquirió en las charlas con otros drogadictos, sabe actualmente, cuánto dolor tuvo su cuerpo por el frio de las calles, la resistencia de su cuerpo. Y que sus padres nunca lo abandonaron.









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